Porción de cielo caída en la Tierra

Porción de cielo caída en la Tierra
..TAHLE! IoU

jueves, 4 de agosto de 2011

Locura y devoción

La primera pregunta:

¿Cuál es la diferencia entre un loco y un devoto?

No demasiada. Y a la vez mucha. Ambos están locos, pero su locura tiene una cualidad totalmente diferente; el centro de la lo­cura es diferente. El loco está loco desde la cabeza; el devoto está loco desde el corazón.
El loco está loco debido a un fracaso. Su lógica ha fracasado. No pudo permanecer en la cabeza más tiempo. Llega un momento para la mente lógica en que la crisis nerviosa es una necesidad por­que la lógica funciona bien hasta cierto límite, entonces de repente deja de ser real. En ese momento deja de ser fiel a la realidad.
La vida es ilógica. Es salvaje. En la vida, las contradicciones no son contradicciones sino complementarios. La vida no cree en la división entre esto y lo otro, la vida cree en ambos. El día se convierte en la noche, la noche se convierte en el día. Se funden y se combinan, los límites no son claros. Todo está entremezcla­do con todo: tú estás entremezclado con tu amado, tu amado está entremezclado contigo. Tu niño es todavía parte de ti y a la vez es independiente. Los límites son borrosos.
La lógica crea límites claros. Para mayor claridad, disecciona la vida en dos, en una dualidad. Se consigue claridad, pero se pierde vitalidad. A costa de la vitalidad la lógica consigue la claridad.
Por eso, si eres una mente mediocre, puede que nunca enlo­quezcas. Esto significa que eres lógico a medias y que mucho de lo ilógico sigue existiendo en ti, lo uno al lado del otro. Pero si eres realmente lógico, el resultado final sólo puede ser la locura. Cuanto más lógico eres, más intolerante serás con cualquier cosa ilógica, y la vida es ilógica. Por eso, poco a poco, te harás intole­rante con la vida misma. Te cerrarás cada vez más. Negarás la vida, no negarás la lógica. Entonces al final te colapsarás: éste es el fracaso de la lógica.                                                   
Casi todos los grandes filósofos lógicos enloquecen. Si no en­loquecen, no son grandes filósofos. Nietzsche enloqueció, Ber­trand Russell nunca enloqueció. Él no es un filósofo tan grande; en cierto modo es mediocre. Continúa viviendo con su sentido común; es un filósofo con sentido común. Él no va hasta lo más extremo. Nietzsche fue hasta lo más extremo y, por supuesto, allí está el abismo.        ­
La locura es el fracaso de la cabeza, y en la vida hay millones de situaciones donde de repente la cabeza carece de importancia.
Estaba leyendo una anécdota:

Una mujer telefoneó al constructor de su nueva casa para que­jarse de las vibraciones que hacían temblar la estructura cuando pasaba el tren, tres calles más allá.
-¡Ridículo! -le dijo-. Pasaré para comprobarlo.              
-Espere hasta que el tren pase por aquí, -dijo la mujer cuan­do el constructor llegó para la inspección-. Porque casi me tira de la cama. Túmbese ahí. Verá.
El constructor acababa de estirarse en la cama cuando llegó a casa el marido de la propietaria.
-¿Qué está usted haciendo en la cama de mi mujer? -pregun­tó el marido-.
El aterrorizado constructor tembló como una hoja.
-¿Se lo creerá si le digo que estoy esperando al tren? –le dijo-.

Hay mil y una situaciones en las que la vida se presenta con toda su ilógica. De repente tu mente lógica se detiene, deja de funcionar. Si observas la vida te darás cuenta de que estás ac­tuando ilógicamente cada día. Y que si insistes demasiado en la lógica, poco a poco te quedarás paralizado; poco a poco te irás alejando de la vida; poco a poco sentirás cómo se asienta en ti una cierta sensación de muerte. Un día u otro esta situación tiene que explotar: la división o/y la crisis nerviosa.
Esta división, en sí misma, es falsa. En la vida no hay nada di­vidido. La división sólo existe en tu cabeza; los límites claramente delimitados sóló existen en tu cabeza. Es como si haces un peque­ño claro en el bosque; limpio, limitado por un muro, con césped, con algunos rosales, y todo en perfecto orden. Pero más allá de los límites está el bosque, esperando. Si no te ocupas del jardín duran­te unos días, el bosque entrará. Si dejas el jardín desatendido, des­pués de un tiempo el jardín desaparecerá y el bosque regresará. La lógica está hecha por el hombre, igual que un jardín inglés -ni si­quiera como el jardín Zen japonés, bien definido-.
Cada día hay un problema. .. Mukta se ocupa de mi jardín. Es mi jardinera, y no hace más que podar. Yo sigo diciéndole: «¡No cortes! Déjalo crecer como un bosque!». Pero ¿qué puede hacer ella? Me oculta que está podando, planeando y organizando por­que no puede permitir que el jardín se convierta en un bosque. Debe de estar dentro de unos límites.
La mente lógica es como un pequeño jardín, hecho por el hombre, y la vida es un bosque salvaje. Más pronto o más tarde irás en contra de la vida y entonces tu mente quedará boquiabier­ta, caerá de bruces. Lleva tu mente hasta el extremo de la lógica y te volverás loco.

Sucedió en un aeropuerto: Moskowitz se encontró con su ri­val en los negocios, Levinson, en el aeropuerto, y le preguntó con aires de fingida casualidad:
-¿Y adónde vas, Levinson?
Éste en el mismo tono casual, respondió:

 
      -Chicago.
-¡Ah! -dijo Moskowitz, blandiendo triunfalmente un dedo-.
¡Te acabo de pillar en una mentira flagrante. Me dices Chicago porque quieres que piense que vas a San Luis, pero hablé con tu socio esta misma mañana y sé que vas a Chicago, mentiroso!

La mente lógica no para de tejer e hilar sus propias teorías, sus propias ideas, y trata de hacer que la realidad se ajuste a ellas. La realidad debe de coincidir con tus ideas: así es una mente lógica. Te esfuerzas en que la realidad sea una consecuencia de tu ideo­logía. Pero esto no es posible, estás intentando lo imposible. Es inverosímil, no puede suceder. La ideología tiene que ajustarse a la realidad, y cuando llega la situación en que tienes que ajustar­te a la realidad, toda la estructura de tu mente vacila, toda la es­tructura de tu mente simplemente se cae. Demuestra ser un casti­llo de naipes. Un pequeño viento de realidad y el palacio desaparece. Eso es la locura.
¿En qué consiste la locura de un devoto? El centro de la locu­ra del devoto es su corazón, el centro de la locura ordinaria es la cabeza. La locura ordinaria ocurre a partir del fracaso de la cabe­za y la locura del devoto ocurre a partir del éxito de su corazón. Cuando la lógica fracasa, locura ordinaria; cuando el amor triun­fa, locura extraordinaria: la locura del devoto.
El amor es ilógico. El amor es irracional. El amor es vida. El amor contiene todas las contradicciones en sí mismo. El amor es capaz incluso de contener su opuesto, el odio. ¿No lo has obser­vado? Sigues odiando a la misma persona a la que amas. Pero el amor es más grande. Es tan grande que incluso se le puede per­mitir al odio desempeñar su papel. De hecho, si realmente amas, el odio no es una distracción; al contrario, le da color, sabor. Hace todo el asunto más colorido, como un arco iris. Incluso el odio no es el opuesto de un corazón amoroso: él puede odiar y seguir amando. El amor es tan grande que incluso puede permitir al odio que tenga su propia voz. Los amantes se convierten en ínti­mos enemigos, no dejan de luchar.
De hecho, si preguntas a los psicoanalistas, psiquiatras y psi­cólogos, te dirán que cuando una pareja deja de luchar, el amor también se detiene. Cuando una pareja no se preocupa ya ni de luchar, se han vuelto indiferentes con el otro, el amor se ha dete­nido. Si todavía luchas con tu esposa o tu marido, tu novio o tu novia, eso demuestra que todavía hay vida en ello. Es como un cable eléctrico, todavía da calambre. Cuando el amor ya no está allí y todo está muerto, no hay lucha. iPor supuesto! ¿Para qué luchar? Carece de significado. Uno se asienta en una especie de frialdad; uno se asienta en una especie de indiferencia.
 El amor es como la vida salvaje, por eso cuando Jesús dice que Dios es amor, ¿qué quiere decir? Quiere decir que si amas conocerás muchas cosas que son atributos de Dios: que el contie­ne los opuestos, que incluso al diablo se le permite decir algo, que no hay problemas con el opuesto, que el enemigo también es el amigo y que en el fondo están relacionados y conectados, que la muerte no está en contra de la vida, sino que la muerte es par­te de la vida y ésta parte de la muerte.
La totalidad es más grande que todos los opuestos. Y no es sólo la suma de los opuestos, es más que la suma. Éstas son las matemáticas más elevadas, las matemáticas del corazón. Por su­puesto, un hombre de amor parecerá un loco. Te parecerá loco porque tú funcionas desde la cabeza y él funciona desde el cora­zón; los idiomas son totalmente diferentes.
Por ejemplo, Jesús fue crucificado. Sus enemigos estaban es­perando que él los insultara, estaban un poco asustados. Los ami­gos estaban esperando que hiciera algún milagro y que todos sus enemigos cayeran muertos. ¿Y qué es lo que hizo? Hizo algo pro­pio de un loco: rezó a Dios para que perdonara a esa gente por­que no sabían lo que estaban haciendo. Ésta es la locura del amor. No se espera que cuando te están matando reces para que esas personas sean perdonadas porque no saben lo que hacen. Son completamente inconscientes, sonámbulos; no son responsables de nada de lo que están haciendo, porque ¿cómo puedes cargar la responsabilidad a alguien que está dormido.? Son inconscientes, perdónalos. Éste es el milagro que sucedió aquel día, pero nadie pudo verlo; fue una absoluta locura.
El idioma del amor es extraño a la cabeza. Ésta y el corazón son los polos opuestos de la realidad. No existe una distancia más grande entre dos puntos como la que hay entre la cabeza y el co­razón, la razón y el amor, la lógica y la vida. Si una persona está loca de amor, su locura no es una enfermedad. De hecho, es la única persona sana. Es la única persona total; es la única persona sagrada, porque a través de su corazón de nuevo se ha unido a la vida. Ahora ha dejado de luchar, se acabó el conflicto.
Se ha rendido, se ha dejado ir. Confía en la vida. Tiene fe y sabe que nada malo va pasarle. No tiene miedo. Incluso en la muerte se irá riendo y cantando, extático, porque incluso en la muerte Dios le está esperando. La muerte también se vuelve una puerta. Por supuesto, para la mente lógica, este hombre parece un loco. Y está loco, en cierto modo, todo lo que está haciendo está más allá de la comprensión de la razón. Para mí no está loco. Pre­gúntale a Jesús: para él no está loco; pregúntale a Buda: para él no está loco. De hecho, es la única persona sana, porque ya no piensa, vive; ahora ya no está dividido, sino que es total; ahora para él no existe la dualidad, es una unidad.
Ése es el significado de la palabra yoga: "aquello que une". Ese es el significado también de la palabra religión: "aquello que te unifica, aquello que te reunifica"; re-ligare; ya no estás dividido.
Por otra parte, normalmente no eres una sola persona, eres muchas personas. Eres una muchedumbre. No sabes qué es lo que está haciendo tu mano izquierda y qué es lo que tu mano de­recha está planeando hacer. Por la mañana no sabes qué vas a ha­cer por la tarde. Dices una cosa pero querías decir otra, y segui­rás diciendo algo distinto de lo que piensas. No eres una unidad. Eres una multitud. Hay muchas personas dentro de ti dando vuel­tas en una rueda, y cada una, por un momento, es el rey. Y en ese momento el rey promete cosas que no puede cumplir porque para cuando llega el momento de cumplir ya no es el rey.
Te enamoras de una mujer y le dices: “Te amaré para siem­pre”. ¡Espera! ¿Qué estás diciendo? Ahora, en este momento, una parte de tu personalidad está en el trono y esa parte dice: «Te amaré para siempre», pero en sólo media hora puede que te arre­pientas. Y en sólo unos días, puede que te hayas olvidado com­pletamente de lo que has dicho.
La mujer no va a olvidarse, se acordará. Te recordará una y otra vez lo que dijiste, que la ibas a querer para siempre, y ¿qué le ha sucedido a tu amor? Te sentirás culpable e impotente y de­sesperado porque no puedes hacer nada. Ahora sabes que no de­berías haber hablado acerca del futuro, pero en aquel momento no pudiste resistirlo; en aquel momento parecía que la amarías para siempre. En ese momento era verdad, pero la parte de la mente que lo afirmaba ya no es el emperador. Ahora hay otras mentes: en el trono está sentada otra parte de ti que ama a otra mujer, que escoge a otra mujer. No importa lo que prometas por­que no vas a cumplirlo.
Un hombre de comprensión nunca promete porque sabe que es inútil. Dirá: «Me gustaría amarte para siempre, pero ¿quién sabe? Podría no sentir lo mismo mañana». Se sentirá humilde, no se sentirá muy seguro. Sólo los locos se sienten seguros. Las per­sonas de comprensión dudan porque saben que tienen una mu­chedumbre en su interior, que no son uno.
Por eso, en las viejas escrituras se dice que si surge un buen pen­samiento en tu mente debes realizarlo inmediatamente, porque en el próximo momento quizás no te guste llevarlo a cabo. Y si surge un mal pensamiento, pospónlo un poco. Si algo bueno surge en ti, no pierdas la oportunidad. ¡Hazlo! Si sientes que es bueno puedes vol­ver a hacerlo mañana, pero hazlo ahora mismo no lo pospongas. Pero la mente ordinaria sigue haciendo justo lo contrario: cualquier cosa buena que surge en ti la dejas para mañana -luego nunca lo.ha­ces-; y cualquier cosa mala que surge en ti, la haces inmediatamen­te. Si estás enfadado, te enfadas ahora mismo, no lo puedes pospo­ner.
Pero si sientes compasión, te dices: «¿Qué prisa tengo?
Mañana». Ese mañana nunca llega. El mañana no existe.
Normalmente, una persona es una muchedumbre. De hecho, no deberíamos usar la palabra "mente" en singular. No debería­mos decir que tienes mente, es un error. Raramente una persona tiene una mente. Tú tienes mentes. Eres poli-psíquico.
El corazón -esa es la belleza-, el corazón siempre es uno. No conoce la dualidad. No es una muchedumbre. Es una unidad. Cuanto más te acercas al corazón, la "unidad" aparece y la "mul­tiplicidad" desaparece a lo lejos. El corazón no necesita prome­sas, porque incluso sin prometer va a cumplir.
La mente sigue haciendo promesas, pero nunca las cumple. De hecho, promete sólo para crear una ilusión, porque sabe que no va a cumplir nada. Por eso, al prometer, por lo menos crea una ilusión. «Te amaré para siempre». El corazón nunca dirá eso, pero lo hará. Y cuando lo puedes hacer, ¿qué sentido tiene el de­cirlo? No hay necesidad.
El hombre de amor está loco, loco para la mente lógica, pero no está enfermo. En los manicomios occidentales, hay mucha gente que no está loca. Si estuvieran en los países orientales has­ta podrían haber sido venerados. En Occidente no existe todavía la claridad para distinguir entre un loco de la cabeza y un loco del corazón. Éste último no es un loco, es un hombre de Dios; o está loco de un modo tan diferente que necesita que lo adoren, lo ve­neren, lo respeten. No es necesario tratarlo, no es necesario inter­narlo en un manicomio, no es necesario aplicarle electroshocks. Pero estas cosas siempre se llevan al extremo, siempre.
En Oriente ha sucedido que muchos locos han sido venera­dos; eran locos de la cabeza. Estaban sencillamente locos; pero fueron venerados porque hemos venerado locos del corazón y es muy complicado para la masa común y ordinaria distinguir a unos de otros. Son casi idénticos.
Ahora en Occidente está sucediendo lo opuesto: aquéllos que habrían sido santos en el pasado... piénsalo, si Jesús viniera, na­ciera hoy en día en América, ¿dónde estaría? O san Francisco de Asís, ¿dónde estaría? En algún manicomio. Los judíos trataron muy bien a Jesús: lo mataron, pero nunca lo metieron en un ma­nicomio. Eso fue más respetuoso. Pero ahora, en el mundo mo­derno, si él volviera a algún lugar en Occidente, acabaría en un manicomio, o tumbado en algún diván freudiano, recibiendo electroshocks, drogado. Porque el psicoanalista dice que era un neurótico, que su personalidad era neurótica, que estaba loco. Por supuesto las cosas que decía parecían locuras. Decía: «Soy el Hijo de Dios». ¡Qué tontería! ¿Hijo de Dios? ¡Megalomanía! ¿De qué está hablando? No está en sus cabales, vive en un sueño. Habla del reino de Dios -tonterías, cuentos de hadas; bueno para un -libro de niños, pero inmaduro-. Él escogió un momento me­jor para venir.
San Francisco de Asís estaría con toda seguridad en un mani­comio. Hablaba con los árboles, le decía al almendro: «Hermano, ¿cómo estás?». Si estuviera aquí lo habrían encerrado: ¿Qué ha­ces? ¿Hablando con un almendro? «Hermano, cántame a Dios, -le decía al almendro.» Y esto no era todo, ¡además escuchaba la can­ción que su hermano el almendro le cantaba! ¡Estaba loco! Nece­sitaba tratamiento. Le hablaba al río y al pez, y presumía de que el pez le contestaba. Hablaba con las piedras y con las rocas. ¿Se ne­cesitan muchas más pruebas para concluir que estaba loco?
Estaba loco, ¿pero no te gustaría estar tan loco como san Francisco de Asís? Piénsalo: la capacidad de escuchar al almendro cantando, y un corazón que puede sentir a los árboles como hermanos y hermanas, un corazón que puede hablarle a la roca, un corazón que ve a Dios en cualquier lugar, por todas partes, en cada forma.          Éste debe de ser un corazón lleno de amor supre­mo. El amor absoluto te revela ese misterio.
Pero para la mente lógica, por supuesto, estas cosas son ton­terías. Para mí, o para cualquiera que ha sabido cómo mirar la vida a través del corazón, éstas son las únicas cosas llenas de sig­nificado. Enloquece, si puedes, enloquece del corazón.
Ahora la última cuestión sobre esta pregunta: si tu cabeza lle­ga al colapso, no te preocupes. Usa esta oportunidad de vivir un estado desestructurado. En ese momento, no te preocupes por qué te estás volviendo loco; en ese momento, entra en tu corazón.
Algún día en el futuro, cuando la psicología realmente madu­re, siempre que alguien se vuelva loco de la cabeza le ayudaremos para que vaya hacia el corazón. Porque en ese momento se pre­senta una oportunidad: el colapso se puede convertir en avance. Ya no está la vieja estructura, ya no se encuentra en las garras de la razón, por un momento es libre. La psicología moderna intenta reajustarlo de nuevo a la vieja estructura. En la actualidad todos los esfuerzos son de adaptación: cómo hacerlo otra vez normal. La psicología real hará algo diferente. La psicología real usará esta oportunidad, porque cuando la mente vieja desaparece, deja un vacío. Usará ese intervalo y lo dirigirá hacia la otra mente: esto es, hacia el corazón. Lo dirigirá hacia otro centro en su ser.
Cuando conduces un coche cambias de marcha. Siempre que cambias de marcha, llega un momento en el que la palanca pasa por punto muerto; tiene que pasar por punto muerto. Punto muer­to significa que no hay ninguna marcha puesta. De una marcha a otra, hay un momento en el que no hay ninguna. Cuando la men­te ha fracasado, estás en punto muerto. Estás otra vez como si acabaras de nacer. Usa esta oportunidad y aleja tu energía de la vieja y podrida estructura que se está cayendo. Deja la ruina, en­tra en el corazón. Olvida la razón y deja que el amor sea tu cen­tro, tu objetivo. Cada caída puede convertirse en un avance, y cada posibilidad de fracaso para la cabeza puede convertirse en una de éxito para el corazón, el fracaso de la cabeza puede con­vertirse en un éxitó para el corazón.

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