Porción de cielo caída en la Tierra

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..TAHLE! IoU

sábado, 9 de julio de 2011

Un trozo de pastel.




La mujer cortó un pedazo del pastel de frambuesa que había en la mesa de la cocina y allí se sentó a comérselo, acompañando la delicia con un vodka seco.
Vivía en el número 33 de la calle Ensoñación, un nombre muy apropiado que siempre otorgó inspiración a esta antigua artista. Saboreando la fruta roja en esa boca que tantas otras había probado y tantas palabras había callado, quizá más de las que debía, aún era capaz de recordar el sonido de los trazos de un pincel al untar con pintura el lienzo. Su mano izquierda soltó el vaso de alcohol para juntar las yemas de sus dedos y así poder rememorar la textura del carboncillo, el acabado difuminado final. Se acabó el trozo de pastel y se sirvió más. Y más de lo mismo con el vodka. Ya empezaba a notar la sensación de embriagadez que permitía que sus mejores memorias, sepultadas por el dolor de tantos años vistiendo el negro, aflorasen nuevamente. El alcohol le quemaba la garganta y bailaba un tango con la frambuesa en su estómago pero ella estaba demasiado ocupada eligiendo las mejores frases que una vez le habían susurrado al calor de la luna llena. Eran vagas sombras de unas décadas atrás lo que volvió a ella acelerando su pulso. La fresca juventud de sus 21 primaveras le trajo los mejores momentos de su vida. Pues Camila se había enamorado por primera vez aquel verano del 57 en el que la brisa y la arena trajeron consigo a Tomás. Nunca supo el momento exacto en el que apareció en su vida, pero la muchacha sentenció que jamás se iría de sus huesos. Fue Tomás quien descubrió el talento de Camila y quien la animó a retratar los más bellos paisajes de la comarca, que quedarían reflejados en aquellos lienzos envueltos en un halo de felicidad exquisita que rondaba a Camila. Con el tercer vaso de alcohol, la mujer ya permitió que sus sentimientos se reflejasen en sus vidriosos ojos melosos. Recordó la noche en que Tomás vino a buscarla a hurtadillas y trepó por la hiedra de su fachada hasta llegar al balcón de su novia. Ella plasmaba sus pensamientos en láminas de dibujo y cuando le vio, brincó de la cama y se encaramó a su cuello. Esa noche, Tomás se despidió de ella para siempre.<< Recorreré con un pincel todo tu cuerpo para poder llevarme tu olor a salitre y pintura. Y deslizaré frambuesas por tus labios para que al besarte, me sienta como en el mismo Edén >>. Y así lo hizo durante toda la noche, sabiendo que nunca más volvería a verla. Al amanecer, se dieron su último beso y Tomás descendió por la hiedra hasta el suelo. Incluso desde el barco podía vislumbrar esas ventanas azules; ventanas que habían ido envejeciendo con el paso de los años y que ahora quedaban casi ocultas tras ramas secas, escondiendo de esta forma la más bella historia de Barcelona.

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